Los niños aprenden cualquier cosa que se les enseñe. Pero aunque esto está bastante constatado por todas las escuelas de pedagogía a lo largo de la Historia moderna, hay un factor que determina que un niño siga con entusiasmo algo que está aprendiendo. Y en el caso de las clases de ballet, esas que algunos empiezan llevados por la inspiración parental en muchas ocasiones más que en la del propio niño, ocurre que no todos los que empiezan, continúan. O lo que es igual, terminan abandonando dichas clases y esperan dedicar su tiempo y sus esfuerzos a algo diferente, bien sea relacionado también con el baile, o cambien radicalmente su atención hacia el deporte, por ejemplo.

La práctica de la danza exige flexibilidad y equilibrio entre otras cosas, y sobre todo lo primero es bastante fácil de encontrar en los primeros años hasta los 7 aproximadamente, edad en la que van abandonando esta facultad progresivamente hasta hacerla bastante inexistente conforme crecemos. Por lo tanto, estas habilidades, que no son las únicas requeridas para aprender la técnica del ballet, deben combinarse con la práctica y el ensayo que también requieren disciplina, algo que no todos los niños tienen presentes en su día a día ni siquiera contemplan como posible. Tanto es así, que aquellos que no muestran capacidad de atención ni pueden concentrarse en lo que están realizando, tengan más dificultades que los que son por naturaleza atentos.

El esfuerzo es algo que se aprende, junto con la voluntad, pero no todos poseen la misma dosis de llegar a practicarlo y persistir, así que esta carencia les hace abandonar a muchos niños y a otros, se lo ponen más difícil pero lo consiguen. Eso no es garantía de nada en concreto, pero duran más tiempo en las clases y mientras lo hacen, experimentan mejoras de todo tipo, no solo en el baile sino en otras facetas del carácter que les hace más fuertes y disciplinados para aplicarlas a otras áreas formativas.

Si su rendimiento y entusiasmo le proporcionan una buena experiencia con el ballet, nada mejor que potenciarlo desde la escuela de baile a los padres y familiares. Pero estos casos son, comparativamente, mucho menores a los que abandonan por las razones que hemos repasado.

Al fin y al cabo, la práctica de cualquier deporte o afición (clases de danza incluidas), no tiene por qué llevar directamente a que el niño sea un futuro profesional del ballet en este caso. Solamente su práctica y disfrute ya le llevan a un estado positivo que merecerá la pena sea cual sea el final.